Exposición fotográfica de Bernardo Alonso
Villarejo que podrá visitarse en la Casa de las Culturas hasta el día 15
de febrero.
La exposición está organizada por el Ayuntamiento de Bembibre en colaboración con el Instituto Leonés de Cultura.
La figura de Bernardo Alonso Villarejo se inscribe en el marco de un
autor que está escasamente interesado en utilizar la fotografía como un
soporte documental, y por el contrario todo su trabajo se centra en la
fotografía como un medio de creación estrictamente plástico. Siguiendo
esta misma idea, los trabajos que podemos considerar más experimentales,
aquellos en los que él realiza composiciones con elementos objetuales,
como por ejemplo con algunos pájaros disecados, en cierto sentido no
están muy distanciados del resto de su obra en la que fotografía
directamente los paisajes, las ciudades, la realidad en definitiva. Hay
una unidad absoluta en su manera de fotografiar tanto los paisajes como
estas composiciones que realiza. Están hechas bajo la misma perspectiva,
la misma mirada, y siempre bajo esa idea implícita de lo que podíamos
llamar la fotografía pura.
Muchas de las obras que realiza dentro del ámbito de la experimentación
objetual, tanto en lo que respecta a los encuadres o a la utilización
exhaustiva de los contraluces y otros recursos, coinciden plenamente con
las composiciones que podemos contemplar en sus imágenes de los
paisajes urbanos o naturales. Si por una parte podríamos entender que
estas composiciones, por otro lado extremadamente escenográficas, podían
servirle como elementos de exploración, como pautas experimentales que
luego llevaría al otro orden temático, yo preferiría hacerlo en el
sentido de considerar tanto unas como otras dentro de los mismos
parámetros formales y éticos del autor.
En muchas de las obras de Bernardo Alonso Villarejo podemos detectar
relaciones evidentes con autores como Anselm Adams, que realiza algunas
imágenes de espacios en primer plano, y que Villarejo hace de espacios
naturales, pero tomados en muy primeros planos. Algunas de las obras en
las que se interesa por los reflejos del agua tampoco están
excesivamente alejadas de los trabajos experimentales de la fotografía
abstracta. En otro sentí también podríamos decir que algunos modelos
compositivos que están siendo muy utilizados por los creadores plásticos
de las últimas décadas, como composiciones a base de pequeños objetos o
pequeños muñecos, también encuentran aquí un precedente evidente. Esas
composiciones que Villarejo hace jugando con un pajarito disecado en el
alfeizar de la ventana, relacionándolo con otro objeto y buscando
encuadres nunca neutros, nos recordarían, naturalmente con otro sentido,
a las composiciones de Liliana Porte o Ciuco Gutiérrez en nuestros
días. Por otro lado cabría insistir en que estas composiciones
experimentales operan con los mismos recursos de los que el fotógrafo
hace uso en el resto de su producción. Ese carácter escenográfico que se
encuentra en composiciones de tipo conceptual también podemos
detectarlo cuando fotografía otras cosas, como por ejemplo en las
fotografías de edificios en las que la arquitectura aparece como telón
de fondo de una escenografía que hay delante. Son modelos que se repiten
una y otra vez en la obra de Villarejo.
Otro aspecto interesante en la obra de Villarejo lo encontramos en un
par de series en las que retrata reiteradamente un mismo espacio. Se
trata de una calle, repitiendo el encuadre una y otra vez, o un arco de
una población en la que vemos cómo los personajes que transitan por ella
son los que van cambiando. Esta idea de insistir y volver al mismo
lugar, de permanecer en el mismo espacio para mostrarnos el transcurrir
del tiempo, podría ser comparado con algunas obras como por ejemplo el
film Smoke (1995), dirigido por Wayne Wang y Paul Auster y con guión de
éste último, donde uno de los recursos de la cinta era que uno de los
protagonistas fotografiaba todos los días su calle desde el mismo lugar,
registrando lo que iba sucediendo y relatando de esta manera el
acontecer del paso del tiempo a través de diferentes cambios como el de
los personajes involuntarios o el de las luces del día.
Todo lleva, en el caso de Villarejo, a una posición extremadamente
reflexiva que teniendo en cuenta siempre los valores formales y
fotográficos los pone al servicio de un discurso, al servicio de un
relato. En este sentido Villarejo nunca está interesado por llevar a
cabo manipulaciones de tipo pictorialista en la obra. Todos los efectos
que utiliza están conseguidos directamente con la cámara: encuadres
nunca neutros, picados, contrapicados, contraluces muy acentuados o
enfatización de las siluetas. Por lo tanto, siempre tratando el medio en
su sentido más puro y estricto, la obra de Bernardo Alonso Villarejo se
podría enmarcar dentro de esa vocación del fotógrafo que está
convencido del valor autónomo de la fotografía, y que por tanto ésta es
un instrumento para producir y crear imágenes mas allá de la pura
representación de un espacio. Se trata de una realidad que traspasa los
límites del puro documento.
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